Segunda tarjeta del partido! El sexo y la explotación del placer, sí. Una novela sueca de la época comenzaba la narración con una escena de sexo en la sección de camas y dormitorios de un gran almacén. Como muchos de los dependientes eran, en realidad, dependientas, difícilmente se podía acusar a las clientas de acercarse a Le Bon Marché a coquetear con esos sátiros, demasiadas veces imaginarios y siempre lascivos, de la sección de lencería, calzado o dormitorios. A veces había unos pocos espacios segregados por sexo. Es verdad que la confusión trascendía el sexo. La clase media, sobre todo a principios del siglo XX, ya no solo exigía un techo bajo el que comer pan y tocino y descansar después de jornadas imposibles de cien horas a la semana, sino un hogar agradable donde disfrutar del aumento del bienestar y el tiempo libre que dejaban unos horarios cada vez menos esclavos. El aumento de los ingresos para la pequeña burguesía, igual que la creciente autonomía financiera de las mujeres, abrió, a pesar de todo, las puertas del ocio y el gasto en bienestar a millones de personas que tendrían que aprender y disfrutar, como lo habían hecho otros, de sus propios aciertos y errores.
Las ciudades se reconvertían en núcleos comerciales y de ocio regidos por la eficiencia, el anonimato, las prisas y el entretenimiento. La mayoría de la sociedad estaba asumiendo los valores de las grandes ciudades. Las mujeres eran vistas como seres volubles, inocentes y vulnerables, y las grandes ciudades iban a corromperlas sin duda alguna. Muchos, también, miraban con pánico unos palacios del consumo que amenazaban con arrebatarles su identidad, su estilo de vida y hasta la pasión de sus mujeres. Muchos consideraban que esas tiendas y formas de relacionarse ayudaban a cohesionar la sociedad; que suponían un estilo de vida que había que preservar; que ofrecían un servicio más humano y personalizado frente a los modelos masivos que empezaban a imponerse; y que, además, chandals liverpool encarnaban las virtudes de lo nacional y local ante los vientos y las modas multinacionales. Ahora proclamaban, a veces con espectáculos de acróbatas o anclando un globo aerostático iluminado a la azotea, su exquisitez a los cuatro vientos. Mientras filósofos, literatos y periodistas escribían a veces durísimas críticas sobre esos espacios de perdición, alienación y consumismo, ellos mismos daban la bienvenida en sus vidas, sus salones y sus armarios a los productos de Le Bon Marché o Harrods.
El naciente miedo al consumismo, muy ligado a la pujanza de los grandes almacenes, también estaba relacionado con la sospecha paternalista de que las nuevas clases medias no sabrían consumir. Favorecían la entrada de un inmenso flujo constante de clientes potenciales, porque se entendía que aquello multiplicaba las probabilidades de que comprasen. Los grandes almacenes parecían la constatación física de aquello. Cabezazo de Diego Jota que despeja el guardameta esloveno con otra gran intervención. Aunque no se lo estaba mereciendo, un despiste de Felipe ha hecho que Diego Jota haya rematado absolutamente solo ante Oblak y el jugador del Liverpool ha puesto el 1-0 en el marcador, un resultado hasta entonces injusto. Se decía también que algunas chicas, como la protagonista de la novela de Zola, sufrían ataques de nervios ante la insoportable tentación del lujo en los escaparates. Los inmensos escaparates en París (Le Bon Marché), Londres (Harrods), Berlín (Tietz) e incluso Pekín (Tianqiao) ya no ofrecían la intimidad de la tienda discreta al exquisito. Era una época convulsa, y Harrods, Tietz o el neoyorquino A. T. Stewart ponían de manifiesto aquella transformación. Una vez más, el miedo a lo nuevo se disfrazaba con los ropajes de una ciencia retorcida hasta el ridículo.
Así hasta que tuvieran dinero otra vez y sintiesen la ilusión, y la necesidad, de caer en la tentación. Deseaban atrapar y moldear los sueños de miles de vecinos y turistas, algunos de ellos ilustres y hasta legendarios. Los grandes almacenes más emblemáticos, aquellos extraordinarios edificios con enormes cristaleras y piedra tallada que albergaban decenas de miles de objetos, cambiaron la faz de las calles de las grandes capitales desde mediados del siglo XIX. A los padres y maridos les daba escalofríos un ambiente extraordinario y emocionante que, si les tentaba a ellos, cómo no iba a tentar a sus hijas y esposas, unas hijas y esposas a las que, por mucho que las quisieran, no podían dejar de ver como menores de edad y víctimas de las pasiones animales de los depredadores masculinos. Sorprendidos, sentían cómo su individualidad se disolvía en la masa. Con certeza, lo más estimulante para los clientes eran la diversidad de los productos y los precios que proporcionaban aquellos nuevos modelos de negocio. El amor, concluyó, no era bueno para el negocio. Por ejemplo, el origen de Le Bon Marché era una tienda fundada en 1838, donde podían encontrarse desde botones hasta colchas o paraguas.
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